miércoles, 8 de enero de 2014

"Cojín en llamas"

En ninguno de los (a veces largos) momentos en los que he suspendido la meditación he logrado regresar a ella más allá de mi necedad, por llamar de alguna manera mi actitud. Me siento, y en dos minutos mi cabeza está más inquieta que panal golpeado con un palo. No puedo 'tragar' mi necedad, y en ocasiones realmente lo necesito.

Esta misma actitud se ha desplegado cual virus en acción a otros aspectos de mi vida. ¿A quién no le gustaría poder ver de manera menos agitada y revuelta la realidad que nos rodea? No se trata de falsa insensibilidad, sino de un poco de serenidad que permita respirar profundo... y sentir que no te ahogas.

No obstante, bajo este estado de ignorancia que Buda oportunamente señaló resulta mucho más cómodo y, por qué no, conveniente quedarse con las contaminaciones mentales y pasar la vida al vaivén de... lo que sea que queramos. Como diría un buen amigo mío, es más fácil aceptar y repetirse todas las mañanas que el Nibbana no existe.

Pero esta necedad puede llegar lo suficientemente lejos como para alimentarse de cada suceso del que puedo enterarme y que da cuenta de lo podrido, dramático y tormentoso que anda el mundo. Me siento como la estática del televisor en medio de una mala sintonización de la radio, y me resulta insoportable.

Así que la única manera saludable, huelga decir, de lidiar con este mundo disonante es volver a la meditación. La actitud necia sólo puedo superarla cuando una vez sentada, dejo que el cojín 'arda en llamas' y cocine a fuego lento mi actitud y con ello deshaga el silencioso sentimiento no ser capaz de soportar la obvia insatisfacción con la que convivo. La misma que me arrebata los pequeños disfrutes y me ofrece desilusión.

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