Hace 13 meses un monje amigo, respondió una inquietud alrededor de la perfección interior con una inesperada (en aquel entonces también inusual) sugerencia: debía leer sobre Madre Teresa de Calcuta, no sobre sus obras sino sobre ella. Para ser honesta, en aquel entonces no estaba segura de que mi amigo estuviese dándome una instrucción adecuada, definitivamente esperaba otro tipo de respuesta. Sin embargo, lo adecuado era ver si mi preconcepción era cierta además de dudar que existiera la posibilidad de encontrar algo con sus indicaciones. Dos meses después en una visita a una librería, sin siquiera tener en mente "el pendiente", encontré el libro perfecto.
Hasta hace 2 días estuve leyéndolo. Algunos meses fueron más propicios que otros para la lectura, pero con cada página afirmé lo pertinente y apropiada que fue la instrucción de mi amigo. Ha sido una lectura especial, de una manera que no la puedo describir con precisión. Hubo momentos inspiradores, otros de revelación, algunos de identificación y algunos otros que parecían traer una pequeña dosis de tranquilidad. En definitiva, me ha ayudado a orientarme sobre la manera en que debo mirarme hacia adentro, y ese ha sido quizá el mejor de los frutos.
En esta entrada me voy a centrar en sus palabras y alocuciones alrededor de la perfección interior. Dejaré para otro momento la importancia de la fe y el amor, la experiencia de la nada y el vacío, y la soledad.
Madre Teresa estuvo determinada a superar sus deficiencias mediante la mansedumbre y la humildad, así lo expresa su correspondencia con otros y su vida es muestra del éxito logrado a través de una rigurosa observancia. Según algunos pasajes referidos a sí misma, era muy exigente no sólo con ella misma sino con las demás, pero lo segundo era lo que le preocupaba pues temía perder la caridad y la cordialidad así como no llevar verdaderamente el amor de Jesús al prójimo. Nunca antes me había detenido a pensar y reflexionar alrededor de la mansedumbre, probablemente porque asociaba erroneamente su definición a otros términos.
La mansedumbre se entiende dentro de la teología cristiana como un estado de moderación de la irascibilidad. Se trata de una disposición y de un estado interior donde las emociones e impulsos son dominados de manera tal que se sobrellevan las situaciones con serenidad (diferente de pasividad e indiferencia). Implícita a ella está la paciencia, y si agregamos la humildad se tienen los pilares de una instrucción moral completa que, entendida desde un contexto adecuado, también es espiritual.
Nada de esto es diferente a lo explicado por Buddha. En el sexto verso del Mangala Sutta, Buddha se refiere a que
khantii (paciencia) y
subbaca (obediencia, mansedumbre) en el momento de practicar el Dhamma son una bendición. Amabas implican la tolerancia y la humildad, y se manifiestan como una actitud serena y de aceptación ecuánime que a la vez permiten que el discípulo sea instruido. Así pues, khantii es una de las perfecciones (
paramita) que todo practicante del Buddha-Dhamma debe desarrollar en su camino al Nibbana y, por ende, amabas están vinculadas a la comprensión de la realidad de los fenómenos.
La vivencia de Madre Teresa se erige sobre los pilares de la unidad con Jesús, y de la aceptación y la obediencia a la voluntad de Dios. A esto sólo puedo referirme desde la posición según la cual la mansedumbre y la humildad son la base para vivir para el cumplimiento de tal propópsito. Pero también Madre Teresa buscaba perfeccionarse interiormente y estos dos eran el eje de su actuar. Su devoción y su determinación de no fallarle a su corazón, a su fe aún en momentos difíciles y dolorosos, siempre atenta de no errar, de no caer, de no permitirse debilidades perniciosas, es algo de admirar y de lo que pueden derivarse valiosos aprendizajes.
No estoy queriendo decir que lo que Buddha enseñó me resulte insuficiente, porque no es así. Sus palabras, tal como han sido recolectadas, son la luz que guía mis decisiones y mi actuar, pero la lectura sobre Madre Teresa pudo darme algo más de foco. Esto quizás se debe a que sus palabras están marcadas por detalles de su sentir íntimo y a que, de manera algo atrevida, he identificado parte de mi sentir con algunos de sus relatos. Pero esto también me devolvió a las palabras de Buddha, y a sus instrucción alrededor del "mirar dentro" (
opanayiko) y cómo este es, inevitablemente, parte de la experiencia de seguir el Camino que enseñó y que exige, de la misma manera, una actitud de apertura, serenidad, disposición, auto-disciplina, compromiso y fe en sus palabras. Sólo así los frutos de su Camino, del Buddha-Dhamma, surgen y perduran.