miércoles, 8 de enero de 2014

"Cojín en llamas"

En ninguno de los (a veces largos) momentos en los que he suspendido la meditación he logrado regresar a ella más allá de mi necedad, por llamar de alguna manera mi actitud. Me siento, y en dos minutos mi cabeza está más inquieta que panal golpeado con un palo. No puedo 'tragar' mi necedad, y en ocasiones realmente lo necesito.

Esta misma actitud se ha desplegado cual virus en acción a otros aspectos de mi vida. ¿A quién no le gustaría poder ver de manera menos agitada y revuelta la realidad que nos rodea? No se trata de falsa insensibilidad, sino de un poco de serenidad que permita respirar profundo... y sentir que no te ahogas.

No obstante, bajo este estado de ignorancia que Buda oportunamente señaló resulta mucho más cómodo y, por qué no, conveniente quedarse con las contaminaciones mentales y pasar la vida al vaivén de... lo que sea que queramos. Como diría un buen amigo mío, es más fácil aceptar y repetirse todas las mañanas que el Nibbana no existe.

Pero esta necedad puede llegar lo suficientemente lejos como para alimentarse de cada suceso del que puedo enterarme y que da cuenta de lo podrido, dramático y tormentoso que anda el mundo. Me siento como la estática del televisor en medio de una mala sintonización de la radio, y me resulta insoportable.

Así que la única manera saludable, huelga decir, de lidiar con este mundo disonante es volver a la meditación. La actitud necia sólo puedo superarla cuando una vez sentada, dejo que el cojín 'arda en llamas' y cocine a fuego lento mi actitud y con ello deshaga el silencioso sentimiento no ser capaz de soportar la obvia insatisfacción con la que convivo. La misma que me arrebata los pequeños disfrutes y me ofrece desilusión.

viernes, 29 de marzo de 2013

El Elefante en el Budismo

"Deleitaos en la atención
y guardad bien vuestras mentes.
Salid del camino pantanoso,
como lo haría un elefante hundido en el fango.
"
- Dhp 327

Dentro de la cosmovisión india a algunos animales se les ha concedido un lugar especial dentro del sistema de creencias, entre ellos el elefante. Así pues, existe la leyenda de que fue creado de la mano del dios Brahma lo que explicaría la destreza de su trompa. De otro lado, debe tenerse en cuenta que, en general, la simbología budista proviene de la antigua India por lo que es compartida con sus otros sistemas de creencias a la vez que otros países han adoptado y adaptado parte de la misma  por lo que pueden existir variaciones en las interpretaciones y/o relatos alrededor de un símbolo en particular.

En general, se mencionan como características o cualidades destacadas del elefante su fuerza, nobleza y fortaleza mental, siendo esta última la más popular en la simbología budista.

En el Tipitaka es posible encontrar diversos pasajes que refieren al elefante. El primero, y más común, tiene que ver con el sueño premonitorio de la Princesa Maha Maya (madre de Siddharta): un elefante blanco que, llevando en su trompa una flor de loto blanca, circunvala la princesa tres veces y luego desaparece. 

Según la creencia tibetana, este elefante que además tenía 6 colmillos y entraba en el vientre de la princesa era Buddha Kassapa (el Buddha anterior a Siddharta). Esta última característica física lo relaciona con el símbolo conocido como el Precioso Elefante, que además tiene la fuerza de mil elefantes y puede viajar a través de los cielos.

Otra versión de este mismo relato sugiere que el elefante era Airavata, propiedad del dios hindú Indra (en algunas representaciones tiene 4 colmillos y/o 3 cabezas). De ahí que también se sugiera que Siddharta sería una encarnación de Airavata o una emanación de Indra (quien a su vez es tenido como una encarnación de Vishnú, lo que sugiere que se trata de una versión hinduista-vaishnava). 

Un elefante blanco con 6 colmillos también se encuentra en el Chaddanta Jataka (204). Este relata la historia de un elefante de nombre Chaddanta, renacimiento anterior de Siddharta, que es cazado y asesinado por orden de una de sus dos esposas en un renacimiento posterior como venganza por supuestas displicencias hacia ella mientras estuvieron juntos:
"Habiendo concluido su historia, el Buddha enseñó el Dhamma y una multitud alcanzó el primer estadio y, no mucho después, aquella bhikkhuni llegó a ser una araht. Luego, Buddha identificó el nacimiento: 'En aquel tiempo, esta bhikkhuni era la reina Subhadda, Devadatta era el cruel cazador y yo era el noble Chaddanta'".

 De otro lado, una de las reglas de disciplina monástica establece que:
“Un monje no debe consumir carne de elefante… caballo… serpiente…león… tigre… leopardo… oso… hiena. (…).”
Tal prohibición parece corresponder con la costumbre de la época, aunque la misma no se mantiene vigente en su totalidad dentro del sistema hindú ateniendo a las costumbres seguidas desde la época védica.

7 discursos giran alrededor de la figura del elefante. MN 27 y MN 28 versan sobre el símil de la huella del elefante: en el primero esta es comparada con las 4 marcas de Gotama mientras que en el segundo con las cualidades hábiles. Un segundo par de discursos consecutivos son AN 5.139 y AN 5.140: ambos vinculan las cualidades que hacen a un elefante digno de un rey con las cualidades que hacen a un monje digno de respeto, regalos, hospitalidad y mérito. 

Ud 4.5 y AN 9.40, ambos titulados Naga Sutta, utilizan el símil de un elefante que se separa de su manada para morar sin molestias en el bosque para exaltar los beneficios de separarse de la multitud y de la meditación en solitario. En el primero el Buddha se compara a sí mismo con el elefante, mientras que en el segundo el Buddha aconseja a los monjes entrar en reclusión y meditar sin perturbaciones para así alcanzar jhana. 

Por último, en el Ud 6.4 el Buddha compara la experiencia de los hombres ciegos que intentan describir cómo es un elefante con el comportamiento de otros ascetas al debatir sobre qué es y no es la verdad (este discurso también se encuentra en el canon Jainista y en los relatos Sikh).

Por otra parte, en el Shurangama Sutra aparece el elefante en referencia a dos personajes. El primero es el Bodhisattva Samantabhadra (o Bodhisattva de la Virtud Universal):
“(...) si algún ser descubre la conducta de la Virtud Universal, inmediatamente monto mi elefante de seis colmillos y creo cientos de miles de cuerpos reduplicados que van a esos lugares.”

Según algunos comentarios al Avatamsaka Sutra, los 6 colmillos simbolizan las 6 perfecciones o Paramitas. Además, en algunas regiones se cree que se trata del mismo elefante que visitó a la madre de Siddharta. Una variación en la presentación del Samantabhadra es que su elefante tenga 3 cabezas.

El segundo personaje es Vinayaka quien hace las veces de guardián de Bodhimanda (lit. tierra de iluminación). Vinayaka es considerado un guardián del Dharma dentro de la tradición china y es representado con el cuerpo de un ser humano y la cabeza de un elefante (en ocasiones son dos seres)… como la deidad hindú Ganesha (y sobre él también hay relatos que mencionan que su cabeza era la de Airavata).

La última referencia, no por ello menos interesante, es la representación tibetana de las Nueve Etapas de la Calma Mental (Samadhi) donde un elefante de color gris o negro simbolliza la mente, y que es acompañado por un mono del mismo color. A medida que se avanza en el camino (mayor quietud de la mente), la piel del elefante cambia de color progresivamnete hacia el blanco. Una representación similar perteneciente a la tradición Mahayana se conoce como 'El pastoreo del buey' o 'Los 10 toros'.

Aunque el elefante esté presente en diversos relatos no es acertado afirmar que sea un animal sagrado para el Budismo, a la vez que debe tenerse en cuenta que las culturas locales son las que han enriquecido a lo largo de la historia la variada simbología budista y son éstas las que le confieren tal calificativo.

domingo, 17 de febrero de 2013

Tejer es como meditar


Aunque pueda parecer algo ridículo el título de esta entrada (y no menos la imagen que acompaña) y un poco “corriente” en comparación con otras analogías que circulan entre la meditación y otra actividad, en lo personal ésta me ha resultado interesante.

Habiendo aprendido a tejer a temprana edad, sólo en las últimas semanas he podido notar el efecto o impacto que tiene tejer en mi habilidad para fijar la atención a la vez que las exigencias que ésta me hace en el tiempo que dedico a otras actividades. Especialmente cuando intento hacer 2 cosas al mismo tiempo y mi mente sorpresivamente se niega.

Cuando se comienza a tejer debe contarse cada puntada y estar atento a cada una según las instrucciones del patrón. Despacio y lentamente uno repite “una derecha” “una de revés” y a partir de allí se debe fluir con el patrón. Además, generalmente las vueltas de regreso son indicadas como “tejer como se presenten las puntadas”. Uno simplemente desliza aguja y lana como se lo dice el tejido. Con el tiempo, ya no es necesario revisar cuál es la próxima puntada o qué fue lo que hizo en la anterior, manos, agujas y mente dominan el patrón que se construye.

Y esto mismo sucede con la práctica de la meditación. En zazen existe una práctica para principiantes de nombre sussoku’kan. Esta consiste en contar el ciclo de la respiración, siendo foco de la atención el conteo más que la evaluación de la respiración. Con el tiempo, la mente logra concentrarse en lo necesario para que el practicante abandone el conteo y entre de lleno en la respiración, en zazen. En adelante, la práctica en sí misma guía el camino del practicante a la vez que éste refina su habilidad para concentrarse y aprende nuevos elementos que debe observar en la práctica. La mente, progresivamente, se despejará de todo aquello que aplique para la etiqueta “distracción”… sólo existirá ese momento.

Tal como en la analogía bastante conocida sobre la tensión de las cuerdas de la lira y la concentración… cuando se teje, cada puntada debe seguir el mismo principio: ni muy apretadas que dificulten el paso de la agujas, ni muy sueltas de deformen el patrón.

Finalmente, tal como sucede cuando se medita… ¡uno no puede estar preocupado y tejer al mismo tiempo! … el único resultado probable de ello es tener de desmontar y volver a comenzar.

miércoles, 17 de octubre de 2012

A propósito de Madre Teresa y la perfección interior

Hace 13 meses un monje amigo, respondió una inquietud alrededor de la perfección interior con una inesperada (en aquel entonces también inusual) sugerencia: debía leer sobre Madre Teresa de Calcuta, no sobre sus obras sino sobre ella. Para ser honesta, en aquel entonces no estaba segura de que mi amigo estuviese dándome una instrucción adecuada, definitivamente esperaba otro tipo de respuesta. Sin embargo, lo adecuado era ver si mi preconcepción era cierta además de dudar que existiera la posibilidad de encontrar algo con sus indicaciones. Dos meses después en una visita a una librería, sin siquiera tener en mente "el pendiente", encontré el libro perfecto.

Hasta hace 2 días estuve leyéndolo. Algunos meses fueron más propicios que otros para la lectura, pero con cada página afirmé lo pertinente y apropiada que fue la instrucción de mi amigo. Ha sido una lectura especial, de una manera que no la puedo describir con precisión. Hubo momentos inspiradores, otros de revelación, algunos de identificación y algunos otros que parecían traer una pequeña dosis de tranquilidad. En definitiva, me ha ayudado a orientarme sobre la manera en que debo mirarme hacia adentro, y ese ha sido quizá el mejor de los frutos.

En esta entrada me voy a centrar en sus palabras y alocuciones alrededor de la perfección interior. Dejaré para otro momento la importancia de la fe y el amor, la experiencia de la nada y el vacío, y la soledad.

Madre Teresa estuvo determinada a superar sus deficiencias mediante la mansedumbre y la humildad, así lo expresa su correspondencia con otros y su vida es muestra del éxito logrado a través de una rigurosa observancia. Según algunos pasajes referidos a sí misma, era muy exigente no sólo con ella misma sino con las demás, pero lo segundo era lo que le preocupaba pues temía perder la caridad y la cordialidad así como no llevar verdaderamente el amor de Jesús al prójimo. Nunca antes me había detenido a pensar y reflexionar alrededor de la mansedumbre, probablemente porque asociaba erroneamente su definición a otros términos.

La mansedumbre se entiende dentro de la teología cristiana como un estado de moderación de la irascibilidad. Se trata de una disposición y de un estado interior donde las emociones e impulsos son dominados de manera tal que se sobrellevan las situaciones con serenidad (diferente de pasividad e indiferencia). Implícita a ella está la paciencia, y si agregamos la humildad se tienen los pilares de una instrucción moral completa que, entendida desde un contexto adecuado, también es espiritual.

Nada de esto es diferente a lo explicado por Buddha. En el sexto verso del Mangala Sutta, Buddha se refiere a que khantii (paciencia) y subbaca (obediencia, mansedumbre) en el momento de practicar el Dhamma son una bendición. Amabas implican la tolerancia y la humildad, y se manifiestan como una actitud serena y de aceptación ecuánime que a la vez permiten que el discípulo sea instruido. Así pues, khantii es una de las perfecciones (paramita) que todo practicante del Buddha-Dhamma debe desarrollar en su camino al Nibbana y, por ende, amabas están vinculadas a la comprensión de la realidad de los fenómenos.

La vivencia de Madre Teresa se erige sobre los pilares de la unidad con Jesús, y de la aceptación y la obediencia a la voluntad de Dios. A esto sólo puedo referirme desde la posición según la cual la mansedumbre y la humildad son la base para vivir para el cumplimiento de tal propópsito. Pero también Madre Teresa buscaba perfeccionarse interiormente y estos dos eran el eje de su actuar. Su devoción y su determinación de no fallarle a su corazón, a su fe aún en momentos difíciles y dolorosos, siempre atenta de no errar, de no caer, de no permitirse debilidades perniciosas, es algo de admirar y de lo que pueden derivarse valiosos aprendizajes.

No estoy queriendo decir que lo que Buddha enseñó me resulte insuficiente, porque no es así. Sus palabras, tal como han sido recolectadas, son la luz que guía mis decisiones y mi actuar, pero la lectura sobre Madre Teresa pudo darme algo más de foco. Esto quizás se debe a que sus palabras están marcadas por detalles de su sentir íntimo y a que, de manera algo atrevida, he identificado parte de mi sentir con algunos de sus relatos. Pero esto también me devolvió a las palabras de Buddha, y a sus instrucción alrededor del "mirar dentro" (opanayiko) y cómo este es, inevitablemente, parte de la experiencia de seguir el Camino que enseñó y que exige, de la misma manera, una actitud de apertura, serenidad, disposición, auto-disciplina, compromiso y fe en sus palabras. Sólo así los frutos de su Camino, del Buddha-Dhamma, surgen y perduran.

viernes, 11 de mayo de 2012

Las mujeres en el Budismo

Hace unos días, me preguntaron en una clase cuál es la mejor manera de aproximarse a las enseñanzas alrededor de las mujeres en el budismo siendo mujer. Debo precisar que esta pregunta provino de una aclaración previa en cuanto a que el budismo Theravada no se diferencia de otras ramas porque discrimine a las mujeres; el Buddha no rebajó, demeritó ni discriminó a las mujeres. Retomando la pregunta, mi respuesta fue clara: remitirse en las escrituras.

Como mujer practicante de las enseñanzas del Buddha durante los últimos 3 años he estado en contacto con monjes de diferentes países cuya posición en cuanto al lugar de las mujeres en el budismo oscila entre "dudoso" e "igualitario". Sus opiniones, en algunos casos, son heredadas de sus maestros así como también responden a la mentalidad de las sociedades a las que pertenecen. Si bien, ninguno de ellos ha llegado a manifestarme una opinión abiertamente discriminativa coloreada de sexismo, sí que he leído un par de ellas. Aunque es preciso aclarar, y quizá sea innecesario hacerlo, que éstas también responden a bagajes culturales heredados desde siglos atrás. Pero "siendo hija" de la lucha por la igualdad de derechos y los procesos de empoderamiento de la mujer, también tengo una respuesta derivada de tal herencia: llega a resultarme inaceptable, aunque también he procurado enterarme de sus argumentos y fundamente así como reconocer que desligarse de tales cargas culturales no es algo que se de con facilidad y que debe brotar no sólo en las mujeres, sino en la sociedad como conjunto. Esto podría dar para una larga disertación, pero mi propósito acá es otro.

Swarna De Silva, en su ensayo El lugar de las mujeres en el Budismo precisa que "la actitud del Buddha sobre el papel de las mujeres era progresista, incluso cuando se juzgue por los estándares de la edad moderna, no se debe pensar que todo está dicho sobre este tema en la escritura budista, incluso en el Canon Pali, [...]" así como apunta el más critico, pero a veces olvidado, de los hechos frente a las escrituras: "[...] la mayoría de estos trabajos fueron escritos varios siglos después del Parinibbâna del Buddha [...]". Para algunos, este comentario puede ser calificado de "progresista" (tal como lo hacen con aquellos que sostienen que la Biblia no debería tomarse como la palabra revelada por Dios). Más allá de estas aclaraciones, para la autora el Buddha formula con respecto a las mujeres (y la cuestión de género en sí misma) uj principio de no-dominancia que puede encontrase en las escrituras. En particular, las monjas iluminadas (Theris) recordadas en Canon Pali son la mejor muestra de la posición del Buddha en cuanto a la igualdad en su capacidad espiritual.

De otro lado, Heng-Ching Shih en su artículo Bikshunis chinas en la Tradición Ch'an afirma que la posición de la mujer en las escrituras Mahayana que mencionan a las mujeres puede clasificarse en cuantro categorías que van desde una actitud negativa hasta el reconocimiento de la mujer como eminentes Buddhas (aun cuando su trasfondo es el argumento de la no-dualidad que compete también al género).
 
En todo caso, lo que debe permanecer en la mente de todos, más allá de lo que pueda leerse o interpretarse en las escrituras budistas sin importar la tradición a la que correspondan, es que la enseñanza del Buddha está abierta a todos, hombres y mujeres, y su fin último, el Nibbana, tampoco conoce de género.