Todos en algún momento, y bajo variadas circunstancias, "volvemos a atrás" en nuestra mente. En un intento de "tomar aliento/fuerza/impulso" o como le queramos llamar, desatendemos el momento presente que no nos gusta por volver por cierto espacio de tiempo a lo que si nos gusta. Y claro, nos hacemos creer que no está mal vagar por nuestra memoria selectiva en 'lo agradable', y cultivamos la esperanza de volver a esos buenos tiempos.
¡Cuánto nos puede costar aceptar y avanzar!
¡Cuánto cuesta dejar pasar las cosas!
De cierta forma, estamos acostumbrados a "los pañitos de agua tibia", a las consolaciones que sabemos que no son útiles pero que las bebemos hasta la última gota con agrado... y hasta pedimos más. En ocasiones, nos comportamos como aquel niño que se cae y golpea la rodilla y llora para su madre venga a abrazarlo y cuidarle. No queremos que duela, pero miramos la herida para llorar y gritarle al mundo que nos duele. Pero, ¿acaso las heridas sanan con lágrimas?
La vida nos permite aprender diferentes formas de ser nuestro propio curandero, pero ejercer tal rol con destreza, en su defecto ponerlo en práctica, requiere que dejemos de lado nuestra "víctima interior", que llora a borbotones y se desgarra la ropa para que todos vean sus heridas. Debemos dejar de alimentar el ego autocompasivo que llora como bebé con hambre y pañales sucios... ufff, eso se puede demorar.
En fin, en ocasiones es bueno recibir un estacazo amigable que te devuelva al presente, a nuestro famoso y muy aclamado "aquí y ahora". Porque el pasado ha de ser un instrumento antes de un colchón; y el futuro... ¿quién sabe?
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